5 de enero de 2005

Tres metas para la divulgación

por Martín Bonfil Olivera
publicado en El muégano divulgador, núm. 26 (enero-febrero de 2005)


En su escrito “El herrero y el biólogo”, Jorge Wagensberg muestra, con la claridad a que nos tiene acostumbrados, que la democratización de la cultura científica es una necesidad social. Señala también dos objetivos “alcanzables, y a lo mejor ya no aplazables” para la divulgación científica: la comprensión pública de la ciencia y la generación de opinión pública sobre la misma.

Me gustaría añadir una tercera meta: la apreciación pública de la ciencia.

Está más o menos claro qué es la comprensión pública. La apreciación, por su parte, no necesariamente implica que el ciudadano guste de la ciencia o esté siempre de acuerdo con sus avances (aunque es cierto que muchas veces esto es lo que, implícita o explícitamente, y a veces hasta inconscientemente, se busca con la divulgación, sobre todo la que hacen los investigadores científicos).

La apreciación de la ciencia sí requiere que el público, al menos, valore su indudable importancia en el mundo actual, y sea consciente de que, apoyándola o cuestionándola, todo ciudadano debiera ocuparse de asuntos relacionados con la ciencia y tener una opinión al respecto, fundamentada en una cultura científica. Cuando se logra esto último, obtenemos la opinión científica que pide Wagensberg, y se puede decir que tal ciudadano es ahora (al menos en principio) responsable del rumbo que la ciencia toma en su sociedad: hay una responsabilidad social respecto a la ciencia. (Algo equivalente sucede, claro, con la cultura y la responsabilidad políticas de los ciudadanos.)

Estas tres metas: apreciación, comprensión y lo que podríamos llamar responsabilidad pública sobre la ciencia forman una triada que cubre todos los posibles motivos o finalidades que pueda tener un divulgador científico. Al mismo tiempo, nos ayudan a distinguir los niveles que presentan nuestra labor y nuestros públicos.

En efecto: no es lo mismo comprender algo que apreciarlo; y no se puede tener una opinión responsable de algo que no se comprende. Pero no todos los públicos pueden acceder directamente, digamos, a tener una opinión científica. Pensemos en un público infantil: quizá, en una primera etapa, baste con lograr que llegue a apreciar la importancia de la ciencia, y se acerque así más a tener una comprensión de la misma. Con el tiempo, quizá llegue a ser un ciudadano científicamente culto, consciente y participante. No todas las tres metas son pertinentes para todos los distintos públicos en todo momento.

Al definir el rumbo y la estrategia a seguir para quienes realizamos actividades de divulgación científica (individuos e instituciones), estas tres metas pueden quizá servir como útiles ejes orientadores. O al menos, como detonadores para una mayor discusión que aclare el panorama.

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