1 de mayo de 2003

La tensión esencial

por Martín Bonfil Olivera
publicado en El muégano divulgador, núm. 23 (mayo-julio 2003)

Rigor científico, por un lado, y amenidad e interés para el lector, por el otro. He ahí los dos escollos que, como Escila y Caribdis, acechan al divulgador científico.

Pero para no utilizar imágenes trilladas, exapto, utilizando el término creado por Stephen Jay Gould, el título del famoso ensayo de Thomas Kuhn, para expresar este reto, quizá principal al que se enfrenta el divulgador científico.

En efecto: el conocimiento científico, a pesar de estar disponible en bibliotecas públicas y en internet, está efectivamente fuera del alcance del ciudadano medio. La ciencia se expresa, en su forma original, en un lenguaje especializado que sólo pueden entender los expertos. En el caso de las ciencias físicas, este lenguaje puede ser el de las matemáticas, con todo lo que ello implica en términos de preparación antes de ser capaz de entenderlo. Pero incluso en las ciencias menos matematizadas, como las biológicas, la terminología técnica se constituye en una barrera infranqueable para todo profano.

Es tarea del divulgador, pues, “traducir” (en el sentido creativo de volcar a otro lenguaje) la ciencia para que pueda ser asequible. Y, como toda traducción verdadera, esta labor tiene que ser una recreación: así como el traductor de un poema tiene que escribir otro poema en un idioma distinto, el divulgador tiene que crear un nuevo mensaje en el lenguaje natural de su público.

Al traducir un poema, algo siempre se pierde; pero algo, una esencia, tiene necesariamente que conservarse. De otro modo, se habrá traicionado la obra original. Lo mismo sucede con la divulgación, y es aquí donde encontramos la tensión mencionada en el título. ¿Hasta dónde tiene el divulgador derecho a transformar el mensaje, a usar su creatividad para convertirlo en algo no sólo comprensible, sino atractivo para el lector, sin por ello traicionar el rigor científico de la versión original?

Pues sucede que, necesariamente, cuanto más riguroso y cercano a esa ciencia en versión original sea un producto de divulgación, difícil será acceder a él; más contexto previo necesitará un lector para poder comprenderlo. Quien no lo tenga -como sucede con la mayoría del público lego, sobre todo el que aún no está interesado en la ciencia, que constituye la mayoría- se enfrentará a un mensaje árido en incomprensible y, frustrado, se alejará de él.

Pero por otro lado, cuanto más ameno sea el producto de divulgación, cuanto más creatividad e ingenio haya empleado el divulgador para transformarlo, más alejado estará de su versión canónica, y más riesgo tendrá de contener errores o inexactitudes. De traicionar el espíritu del poema original.

Rigor y amenidad: he ahí los dos extremos en los que debemos cuidarnos de caer. Encontrar el justo medio es parte del arte del divulgador.

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